En
serio: lo soy. No es que lo diga yo, es que lo dicen todos los que me conocen. Soy
de esas peronas a las que, si no eres un tarado de primera, jamás putearías
porque dices “no hombre, a Holden, no. ¿Cómo voy a hacerle eso a Holden?" Y para
demostrar lo que digo, voy a contar una anécdota de hace un par de días.
Una de
las cosas que me caracterizan es mi flema: esa tranquilidad y sangre fría
frente a las situaciones de tensión que te permiten no alterarte y pensar las
cosas con calma antes de actuar, por muy acuciante que sea la situación. Si
alguien había pensado en mucosidades esputadas por vía oral, que sepa que yo no
me he referido a esa flema en ningún momento.
Total,
que estaba yo conduciendo con la tranquilidad y parsimonia que me caracterizan
cuando un motero comenzó a pitarme con alevosía, premeditación, y lo que es
peor: insistencia. Yo, que no sabía que quería, le hacía gestos preocupado
pensando que podía estar indicándome que tenía un faro fundido o algo así, pero
al ver que él persistía en sus gestos y actitud, detuve el coche con la
absoluta y total convicción de que al motero le pasaba algo, necesitaba mi ayuda, sólo yo podía salvarle de una
muerte segura.
Total,
que paré el vehículo. Si, señores, eso hice. Y daba la casualidad de que era
una vía con un solo carril en dos direcciones, por lo que el motero tuvo que
parar detrás de mí. Así que me bajé y me dirigí a él, insisto en que con mis
mejores intenciones de buen samaritano, y le pregunté con toda mi solidaridad:
-¿le
pasa algo?
-N-no,
nada.- titubeó confuso.
-¿Entonces
porqué pita tanto y me hace gestos?
-No,
bueno, verá, es que creí que no iba a poner los intermitente antes y…
Y de
pronto comprendí. La sabiduría
infinita del universo iluminó mi mente con la clara y perfecta idea de lo que
ocurría. Aquel idiota, un conductor agresivo con toda seguridad, intentaba
desahogar sus frustraciones y problemas cotidianos mediante insultos y cortes
de mangas con un desconocido, y desde luego no se esperaba que el desconocido
se bajara.
Y claro, el no concía mis buenas intenciones.
Él debió suponer que yo era un macarra conflictivo típico, quizá por mi cabeza
rapada, mis vaqueros y mis botas a pesar de los 38 grados que nos caían encima.
Y naturalmente, al ver que me bajaba del coche e iba a por él, se cagó en los
pantalones.
-¿Me
está diciendo que lleva 100 metros pitándome y haciéndome gestos porque quería
adelantarme por la derecha y no se atrevía porque yo no había señalizado aún la
dirección que pensaba tomar en el cruce?- le dije visiblemente molesto, ahora que ya
sabía sus intenciones.
-Si,
yo, er… umm, lo siento, no quería hacerle bajar del coche.-
-Ya. Más
calma la próxima vez, ¿eh?- dije mientras volvía a mi automóvil.
Esta es
una historia real, lo prometo. Supongo que la moraleja es: No permitas que tu ego extienda cheques que luego no estés dispuesto a pagar.