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Y así todos los años la primera vez que voy a la piscina |
Como todos los niños, de pequeño
siempre tuve ganas de que mis padres me llevasen al Aquopolis. La
idea de pasarme el día montándome en atracciones de agua con mis amigos me
hacía una ilusión tremenda. Pero a mis padres nunca les apeteció nada en
absoluto llevarme. Tenían tan poca intención de llevarme, que idearon una
técnica maestra.
Es un sitio horrible,
sin sombras para refugiarte del sol, muy caro y es muy fácil que te roben. Y
hay tanta gente que no te puedes ni tumbar, y hay que esperar horas para
tirarse por un tobogán- Esta frasecita me la repitieron con la misma
frecuencia e intensidad que un mantra, tanto es así que al final terminó
calando bien hondo. Conforme crecía se
me pasaban las ganas de ir a pasar un horrible día quemándome la espalda en
ese infierno acuático lleno de políticos ladrones y encima pagando un
riñón. Nadie quiere pagar para pasárselo mal.
Hace un semana, un amigo me llamó emocionado. -Tío, que bajamos a Madrid a celebrar el
cumple de la peque y quiere ir al aquopolis, tenéis que venir que hace mucho
que no nos vemos-. Y era cierto: un muy buen amigo que ahora vive en Zaragotham.
Cabe destacar que no me gustan mucho los niños, pero su ahijada es un amor. Total, que me llevaron a infiernópolis.
Allí descubrí una cosa terrible: había sombras, había
algunas personas que no intentaban robarme e incluso había tumbonas gratis.
¡Gratis! Pero nadie me había avisado de que lo peor estaba aún por llegar: las
normas.
En infiernópolis hay muuuuuchas normas, todas ellas aparentemente destinadas a evitar que yo no me lo pase
bien.
Veréis, mi mera existencia parecía rozar los
límites de la legislación vigente de la dichosa macro piscina con toboganes. Los vigilantes parecían perseguirme con gran
alegría y con buen humor allá a dónde fuera sin apartar la mirada de mi,
atentos a cualquier indicio de comportamiento inapropiado por mi parte.
Utilizando mi prodigiosa inteligencia y haciendo uso de la
lógica más pura, he logrado deducir lo siguiente: a los socorristas de ese
sitio les dan un silbato con contador, les enseñan a pitar, y les exigen cumplir con una cuota de 3000
pitidos al día, so pena de despido. Y un pitido no es un "Pi",
no. Es más bien un "PI-PI-PI-PIIIIIIIIIIIIIIIIIIII-PI-PI" bastante
estridente mientras te señalan con un dedo acusador.
Me pitaron. Pitaron a mi amigo. Me volvieron a pitar. Pitaron
a la niña y a mi amigo. Os lo juro, no se puede hacer nada, ¡NADA! Me llevé la
cámara, lo que por lo visto está prohibido: los móviles no, claro. Me lo
indicaron mediante una serie de complejos toques de silbato. Intenté salir de una vulgar piscina por
unas escaleras: prohibido. Eran de uso exclusivo para los socorristas y sus
víctimas.
Intenté hacer un largo en una piscina, pero antes de que llegase
al final resultó que esto también vulneraba las normas. Otro pitido. Me tiro
por un tobogán e intento salir de la atracción: pitidito por que solo se puede
salir por el lado derecho del socorrista.
Os lo juro: terminé hasta los cojones harto de que me
llamaran la atención y pese a que me lo pasé bien, no me quemé, conservé todas
mis pertenencias y pude tumbarme en el césped, no tengo ninguna gana de volver.
Hay pocas cosas que me molesten más que
ser continuamente silbado e increpado, haciéndome sentir como un perro. Pero
es que de todos modos, las colas sí que eran horribles y no te refrescas
demasiado en las atracciones: en general prefiero ir a la piscina y tomarme
allí mi cerve y mi bocata.
¿Vosotros habéis ido al Aquopolis alguna vez? ¿Qué os ha
parecido? ¿Habéis resultado ser también terroristas
en potencia o solo es cosa mía?