viernes, 25 de enero de 2013


Londres, navidades, Hong Kong, oposiciones, trabajo, y demás excusas. Total, que tengo el blog abandonado desde hace meses. Pobrecito, el niño de mi vida. En realidad no me da ninguna pena, en parte porque realmente tengo poco tiempo libre, y en parte porque soy tan perezoso que me cuesta trabajo incluso sentir pena por un puñetero blog.

Ya hablaré de Hong Kong, que tengo mucho material. Material para dar y tomar, colegas. Historias para desayunar, comer, cenar, y tomarme piscolabis cada vez que me de hambre. De momento y utilizando como precedente la historia anterior, voy a contar otra de esas anécdotas que me hacen mirarme la cara en el espejo y preguntarme “¿Porqué yo?” con cara de haba mientras reflexiono sobre el sentido de la vida.

Total, que andaba yo con mi gata por un centro comercial cualquiera, explicándola por qué pensaba comprarme un ordenador en concreto, y que me gustaba de cada uno de los que veía pero rechazaba. Que si este tiene una pantalla muy pequeña, que si este no tiene un procesador I-5, que si aquel tenía una gráfica que no soportaría ni el Pac man, y en definitiva: aburriéndola.

Saturaba yo, contaba en el párrafo anterior, a mi gata con información no deseada cuando un transeúnte cualquiera de la galería de electrónica me abordó brutal y espeluznantemente, no dejando lugar para la huída típica mediante explicaciones educadas o una carrera ilógica con cara de miedo.

-Oye, ¿si quiero comprarme un notebook, cuál es mejor?- comenzó nuestro intrépido señor olvidando por descuido regalarme un saludo de cortesía.

-¿Disculpe?- dije, no estando seguro de si me hablaba a mí.

-Sí, quiero saber de estos ordenadores pequeñitos (señalándolos por si acaso mi evidentemente escaso intelecto no me permitiera diferenciar entre grande o pequeño), cuál me recomendarías comprarme.- insistió nuestro cliente. Bueno, el cliente de otro, porque yo no me llevé comisión por venderle nada.

-Emmmm…. Bueno… si… creo que podría aconsejarle.- comencé. Verá, yo me fijaría en que la pantalla fuera lo más grande posible, aunque depende de cuánto se quiera gastar, por supuesto. ¿Para qué lo quiere?

Naturalmente, nuestro señor se vio arrinconado por la pregunta trampa, ideada para este tipo de situaciones.

-¿Cómo que para que lo quiero? Bueno yo… viajes… internet… fotos… - balbuceaba.

-¿Y por qué no le pregunta a un dependiente? No creo que pueda ayudarle porque no me gustan los notebooks esos, ni las tablets, ni nada dónde no pueda trabajar a gusto.

-OH DIOS MIO… ¿NO ERES UN DEPENDIENTE? Yoooo… ¡Uy! Qué vergüenza, creí que intentabas convencer a este gato para que se comprar un ordenador, y claro…. Yo…. ¡AY! Disculpe, lo siento….

El señor se alejó a toda prisa entre abochornado e indignado, imitando los escurridizos y atractivos movimientos de una anguila.

Y ese es el final de mi historia. Y yo lo repito: ¿porqué siempre a mí? Ya os contaré la del robo del queso.