El otro día recordé la anécodata con la que mi profesor de filosofía logró ganarse mi respeto y admiración, si bien no consiguió que me interesase su asignatura. Pero bueno eso es otra historia y será contada en otra ocasión.El caso es que en medio de clase, siempre le gustaba (y nosotros los agradecíamos, pues sus clases eran espesas y aburridas) ponerse a divagar...