miércoles, 10 de octubre de 2012

Yo debo tener pintado en la frente, en letras muy gordas, un cartel que dice “Friki”. No consigo vérmelo cuando me miro en el espejo, pero ahí debe estar porque de lo contrario no me explico cosas como lo que me pasó el otro día. 

Caminando por la calle, como una persona normal, tejanos negros y una camisa a cuadros grises, un señor que rondaba los 40 tacos me paró en la calle. Para que entendáis su extraña manera de hablar, diré que era un gitano.

-Hola

Mi primera reacción fue seguirle la corriente por si fuera peligroso. Fingí no haberle visto porque, de hecho, ni siquiera estaba seguro de que me hablase a mí.

-Oye hermano, ¿tú puedes ayudarme un momentito?

-Bueno, depende. ¿Qué necesita?

-Es que mira, amigo, me están intentando grabar unas canciones ahí dentro (me señala un locutorio) pero no sabemos de ordenadores, ¿podrías ir a ver tú que sabes?

WTF, ¿en serio? Parece un chiste: un fulano va por la calle cuando le para un gitano y le dice…

-Esto… bueno, vale, puedo echar un vistazo.
 
-Muchas gracias amigo, no sabes el problema que me quitas, te lo digo de corazón.

Total que entramos en el locutorio y estaba en un ordenador sentado un chico que parecía su hijo trasteando con el Nero. Digo trasteando porque hacía clics en sitios aleatorios, por si acaso sonaba la flauta.

-Oye Richard, enséñale lo que estamos haciendo y quítate de ahí, que él sabe y a lo mejor nos puede echar una mano.

Total que el chaval me enseña una carpeta con canciones, y yo en menos de 10 segundos ya le tenía el CD grabándose.

-Muchas gracias amigo, Dios te lo pague, que mi hijo y yo no tenemos ni puta idea de ordenadores.

Ahora en serio, ¿porqué a mi? ¿Porqué siempre a mi? Otro día os cuento la de aquella vez en la que un viejo me paró por la calle y me acusóde haberle robado su queso. No, tampoco es broma.

lunes, 23 de julio de 2012


Se llamaba Jesús Sanz Sanz, y yo ya lo admiraba incluso antes de darme cuenta. El día que lo conocí, la primera vez que lo vi sentado en mi clase, me sentí realmente intimidado y temeroso. Me acaba de dar cuenta de que por primera vez en mi vida había conocido a un tipo duro de verdad, y no a un malotillo de esos que forman cuadrillas en el colegio.

Jesús se sentaba al fondo de la clase, en la última mesa. Más atrás incluso que los chungos de clase, que no se atrevían a moverle de allí. Cejijunto, bajito, que repetía curso por 3 vez, y que estaba demasiado fornido para una persona de su edad, miraba distraído en las clases, como si nada de lo que allí se cociera fuera con él.  Solía llegar a clase los lunes con un ojo morado, un labio partido, o una ceja rota. Pero siempre que traía alguna herida en la cara, también llevaba las manos llenas de cortes y de rajas. “Lo de dar un golpe en la cara a alguien no es como en las películas, ¿sabes? Se te clavan los dientes y duelen una barbaridad”- me dijo una vez. Si no te fijabas bien, daba la impresión de ser un tipo retaco y algo gordito, pero una segunda inspección más detallada te hacía fijarte en esos brazos como cañerías, que tenían pinta de soltar puñetazos como torpedos. Había hablado con él alguna vez y ya me llevaba bien  cuando ocurrió aquello.

Sucedió una mañana de marzo, o tal vez de abril. Uno de los malotes de la clase se metía con una de sus habituales víctimas, un tipo bajito, gordito y tímido al que sólo parecía interesarle el baloncesto (tendríais que verlo ahora: alto, fuerte, y con 2 carreras, no os podéis imaginar lo mucho que cambió en cuanto dejaron de molestarle los chungos de mi colegio) cuando Jesús decidió terminar con aquello.

-Déjalo en paz de una vez, tío.

-¡Cállate! ¡Tú a mí no me das ordenes!- respondió el confiado abusón, que era mucho más alto.

Y entonces, como una fiera agazapada que lleva mucho tiempo acechando a su presa y estaba furiosa de tanto esperar, Jesús se levantó y le pegó un empujón que lo hizo retroceder varios metros, tirando sillas y mesas. Antes de que pudiera reaccionar, ya lo tenía agarrado del pecho con una mano y le obligaba a mirarle a los ojos encorvado, mientras la otra mano estaba más atrás, tensa como un resorte, esperando para lanzar un directo que habría tumbado a un elefante.

-¡¡MIRA PAYASO, A MÍ NO ME MANDA CALLAR NI MI MADRE!! ¿¿TE ENTERAS?? ¡¡CONMIGO QUITATE ESA ACTITUD DE CHULITO, QUE A LOS IMBÉCILES COMO TÚ ME LOS DESAYUNO TODOS LOS DÍAS DE 3 EN 3!!

El malotillo, herido en su orgullo delante de todo su público, hizo un vago ademán de defenderse de la humillación que acababa de sufrir, pero fue en vano.

-¡¡COMO TERMINES DE LEVANTARME LA MANO TE LA ARRANCO Y TE LA HAGO COMER, SUBNORMAL!!- Todavía le agarraba de la camiseta y le obligaba a retroceder, aterrado. 

En ese momento un amigo mío quiso interceder por el malotillo y terminar con lo que parecía que iba a ser la mayor humillación pública del chungo y su pandilla que, acojonados al fondo de la clase, no tenían huevos de ir a ayudar a su colega. Jesús, enajenado, le empujó con un movimiento seco de su brazo y salió despedido 3 o 4 metros más allá.

-¡¡DIME SI TE HA QUEDADO BIEN CLARO, O TE JURO POR DIOS QUE TE DOY UNA PALIZA AQUÍ MISMO!!- La derrota del malote ya era total, tanto que intentaba por todos los medios disculparse y que no se le terminaran de salir las lágrimas.

Unos minutos después, Jesús fue a disculparse con mi amigo, que se sujetaba la tripa.

-Oye tío, perdóname. De verdad que no quería hacerte daño, estaba rabioso, y te metiste en medio, y te empujé sin querer….

-¿Estás de broma?- dijo levantándose la camiseta y exhibiendo un moratón que ocupaba casi todo el abdomen. -¡Ha merecido la pena sólo por ver cómo le parabas los pies a ese orangután!

A partir de ese día, Jesús y yo nos llevamos mucho mejor. Yo hacía todo lo posible por integrarle en mi grupo de amigos del colegio, y no dejaba pasar la oportunidad de saludarle si le veía por la calle, y él hacía lo imposible por invitarme (a veces lo lograba) a un cubata. Y nunca paró de repetirme que si alguna vez le necesitaba para una pelea, que no dejara de avisarle.


Jesús Sanz Sanz se mató ese mismo verano en un accidente de tráfico, de la manera más estúpida que se me ocurre. Atrevido, osado, desafiante y bravucón, de todos los implicados era el único que no llevaba puesto el cinturón de seguridad, y fue el único que no lo contó.

La noticia me sentó como un mazazo, y al principio no me lo quería creer. Jesús, mi Goliat particular, el gigante de los brazos enormes, el titán indestructible, muerto. Y todo por no llevar el puto cinturón de los cojones. Hay días en los que aún me acuerdo de él, y aunque jamás le dije lo mucho que le apreciaba, estoy seguro de que él lo sabía. Nunca podré olvidarme de él, ni de las muchas historias que compartimos juntos, como aquel día que me robaron y él se pasó conmigo media tarde dando vueltas por la zona, buscando con los ojos llameantes a 3 tipos que me habían puesto una navaja en el cuello.

sábado, 16 de junio de 2012

Gozando de la libertad absoluta que le otorga mi ausencia, Tormentagedón ha instaurado una dictadura de terror ya no por mi salón, si no por toda mi casa.  Haciendo gala de mis recién adquiridas habilidades en el montaje de muebles suecos, comienzo los ejercicios de preparación física y espiritual a que debe someterse todo guerrero antes del ensamblaje.

Armado con un destornillador (y una voluntad inquebrantable), arremeto por fin contra la insidiosa caja. Tras horas de forcejeo ininterrumpido (salvo por la cervecita de rigor mientras me rasco la cabeza con un lapicero en la oreja), he logrado al fin montar una preciosa vitrina que, no entiendo muy bien como, ahora sólo pesa unos 6 kilos. Cuando metí la caja hubiera jurado que eran unos 700. Kilo arriba, kilo abajo.

¡Victoria! ¡Apoteosis!

sábado, 2 de junio de 2012


Mis sospechas eran ciertas. La caja (o como ella prefiere que la llamen: Tormentagedón, señor de todo lo oscuro) ha duplicado su tamaño en apenas una semana. En un intrépido intento por tomar sus medidas, se defendió hiriéndome de nuevo mi indefenso dedo meñique y dando al traste con mis planes.

Tormentagedón (que, repito, es como ella se llama a sí misma) campa ahora libremente por la república independiente de mi salón, o mejor dicho mi ex-salón, practicando bullying a los demás muebles. La tiene especialmente tomada con la mesita del café.

Pero la cosa no quedará ahí, no. Me marcho durante el largo periodo de una semana al inhóspito centro de Londres, a entrenar con un antiguo monje shaolin que ha prometido enseñarme todos los entresijos de las nobles y ancestrales artes del montaje de muebles suecos. ¡Se va a enterar cuando vuelva!



*En esta entrada hay un guiño al Doctor. ¡Minipunto para el que lo reconozca!

miércoles, 30 de mayo de 2012

Por más que la aparto, es la tercera vez en cinco días que golpeo la maravillosa caja de Ikea con el dedo meñique del pié al despertarme. Empiezo a creer que tiene vida propia,  se mueve, y me odia.

No consigo quitarme de la cabeza las sospechas de que está empezando a crecer.

martes, 29 de mayo de 2012


El otro día compré un mueble fantástico en Ikea. De momento queda precioso en el comedor, justo al lado de la tele, aunque estoy pensando que quizá debería moverlo cuando lo haya montado.

sábado, 19 de mayo de 2012




¿Quién sabe? Quizá la razón por la que no me gusta mucho conducir sea que desde hace meses que solamente utilizo el coche para llevar a Laura a algún sitio al que no pueda ir en metro, o para llevarte a ti a trabajar cuándo te quedas dormido y necesitas desesperadamente llegar a tu hora para que no te echen la bronca en el trabajo. ¿Quién sabe?

Y quizá cada  vez que te esté haciendo el favor de llevarte para evitarte una reprimenda, yo esté sacrificándome porque no entra dentro de mis planes gastarme más dinero en gasolina para que tú te quedes en la cama un ratito más. Quizá. 

Así que tal vez, y digo sólo tal vez, podrías tener la tremenda delicadeza de guardarte tus comentarios jocosos sobre mi manera “inexperta” de conducir, o tus fanfarronerías sobre lo bien que lo haces tú porque lo mismo te toca hacer el resto del camino en taxi.  Y de paso podrías recordar que tengo todos los permisos de conducir, y que lo mismo conduzco como conduzco por algún motivo en particular.

Igual resulta que no soy tan tonto como debes creerte, y que sé de sobra que desde que descubriste que te hago el favor de llevarte cada vez que me lo pides, vas en coche el doble o el triple que antes al trabajo. Ya sabes a qué me refiero: ese jefe cabrón que te pide que llegues antes, las sábanas que se te pegan, la impropicia alineación de los astros, etc.

Les das la mano, y se cogen el brazo, la pierna, venden tus higadillos en el mercado negro de órganos, y se hacen un tupé con tu lustrosa melena.

jueves, 19 de abril de 2012

Os voy a contar la triste historia de mi vida en lo que a telefonía móvil se refiere.  Todo empezó una calurosa tarde otoñal a los 14 años, con el mismo número que tengo hoy en día (movistar) y con un maravilloso aparato cuadrado que pesaba aproximadamente una tonelada y media, así a ojo.
Empecé a trabajar (como todos ya sabréis) en la industria del transporte a los 10 años, y me pasé, aún con movistar, a una cómoda tarifa de contrato. Pasé de pagar 5 euros al mes a 40, y aún no me explico muy bien cómo, la verdad.
Y hoy con 25 años, es decir 11 años después, sigo con movistar con el mismo puto número. Por no decir que en mi casa tengo el fijo e internet con telefónica, claro. Total, que calculo que a lo largo de mi vida me habré dejado entre 1500 – 2000 euros en la susodicha compañía. Total, que se me está estropeando el teléfono, así que les llamo para pedirles uno nuevo, y naturalmente, todo son facilidades, ventajas, caprichos, y masajes para el consumidor fiel.

-Hola, buenas tardes, llamaba porque se me está estropeando el terminal móvil que tengo, y necesito que me proporcionéis uno nuevo.

-Si mire, en este momento nuestra compañía no ofrece teléfonos gratis, pero le puedo proponer una cómoda financiación.

-No, verá, es que no pienso pagar ni un duro por el teléfono.

-Pues lamento decirle que yo no….

-Mire, a mi no me venga con milongas. Llevo 11 años en la compañía, y actualmente pago 80 euros al mes entre el móvil, el fijo, e internet. Me merezco que me regaléis un puñetero teléfono para que siga consumiendo como hasta ahora. (Esta frase fue literal)

-Verá la política de la compañía en estos momentos no me permite proporcionarle un terminal nuevo porque…

-Mire, no voy a pagar un duro. Como no me hayáis regalado un teléfono de los nuevos con internet y todo (estoy dispuesto a pagar también la tarifa plana) cuando me venza el contrato, me voy a Vodafone, o a Ono, o a la compañía rival que se venda mejor. Y si usted no me va a proporcionar un terminal, páseme con su supervisor, por favor.

-Bueno, veré que puedo hacer, un segundo señor Menganito.

-…

-Si disculpe, me informan de que puedo ofrecerle un terminal como premio a su fidelidad hacia nuestra compañía.

-Y a mis quejas, claro. Ya decía yo que valgo la pena como cliente.

-….

Malditos tarados desagradecidos hijos de una mona. Tengo que plantearme en serio tirar mi teléfono a la basura y no volver a usar móvil en la vida. Nunca. Jamás de los jamases. Y volver a ser feliz, cuando la gente no me llamaba 3 veces en la misma mañana para intentar que baje al bar a jugar a las cartas.

viernes, 30 de marzo de 2012


Si hay algo que puede agitar mis entrañas y conmoverme hasta el punto de sentirme a gusto con absolutamente todos los aspectos de mi vida, es ver que alguien me profesa en algún momento una lealtad férrea e inquebrantable hasta más no poder. Esa lealtad y ese coraje que lleva a un pastor alemán muy tenaz (y quizá algo pesado) a dejarse matar por proteger al amo.

Por eso, cuando el otro día saltaste como un chacal hambriento saltaría sobre su presa para herir a muerte a quién intentaba hacerme daño, me sentí bien. Me sentí vivo. Sentí como si todas y cada una de las decisiones que he tomado en mi vida hasta llegar a ese momento hubieran sido absolutamente acertadas.

Y por eso, desde mis vísceras agitadas, removidas, y enternecidas quiero darte las gracias. Porque eso que tú hiciste de manera altruista, defenderme del modo que sólo se ve en una loba defendiendo a sus cachorros, simplemente porque era lo que sentías que necesitabas hacer en ese momento, no es algo que me haya pasado a menudo. Pero desde luego es de lo mejor que me ha pasado nunca.

sábado, 25 de febrero de 2012

Ha empezado a publicarse mensualmente El mar de tinta, una revista digital en la que (casualmente) yo soy colaborador.
Mar de tinta es una web dedicada a los lectores y a los bibliófilos, e intentará ayudarles a encontrar nuevas obras que leer mediante reseñas muy simpáticas (y muy completas). Es una web sin ánimo de lucro y sobretodo un proyecto en el que se ha invertido mucha ilusión. Sería tooooodo un detalle que os pasarais a echar un vistazo :P
De hecho, es mi excusa para no haber escrito nada por acá últimamente. Muy ocupado reseñando libros que blablabla (mentira y de las gordas)

Un par de reseñas mías, para más interesados.

viernes, 20 de enero de 2012

Conversación telefónica típica de un viernes.

-¿Mama? ¡Hola buenas tardes! ¿Es verdad que os vais a pasar el fin de semana al pueblo?

-Si hijo, ¿por qué? (Nivel de tono de voz: madre encantada de que su cachorro llame a casa)

-Mira, es que no voy a poner lavadora este fin de semana, y quería saber si te importaría que te deje un traje para lavar.

-¡¡NO VOY A PONER UNA LAVADORA PARA UN TRAJE!! (Nivel de tono de voz: madre indignada por el comportamiento de un cachorro)

-No mamá, claro que no. ¿El domingo cuándo volváis del pueblo podrás una lavadora?

-Euuhhhh…. Pues sí. (Nivel de tono de voz: madre confusa)

-Mira, lo el traje no me corre prisa. ¿Te importa ponerlo a lavar el domingo? Es por no poner una lavadora solo para el traje.

-Yo te lo pongo, pero esto no puede seguir así. ¡NO PUEDES TENER SOLO UN TRAJE PARA TRABAJAR  PORQUE….! (Nivel de tono de voz: madre muy enfadada con un cachorro)

-Tengo 4, puedo usar cualquier otro.

-¡…… Y YA TE HE DICHO MILES DE VECES QUE CÓMO MÍNIMO TENDRÍAS QUE TENER 2! (Nivel de tono de voz: madre que sigue muy enfadada con el cachorro)

-Acabo de decirte que tengo 4 y que no me corre prisa.

-¿No te corre prisa? (Nivel de todo de voz: madre confusa)

-No mamá, si me corriera prisa pondría la lavadora yo mismo.

-¡PERO QUÉ SEPAS QUE NO LO TENDRÁS SECO PARA EL LUNES! (Nivel de tono de voz: madre que advierte del peligro a su cachorro)

-Mamá, ¿quieres no estresarte? Si no quieres no lo hagas.

-¡YO LO HAGO PERO NO LO VAS A TENER LISTO! ¡SIEMPRE DEJANDO LAS COSAS PARA ÚLTIMA HORA, NO PUEDE SER! (Nivel de tono de voz: madre tipical spanish regañando al hijo común)

-Gracias mamá.

-De nada hijo. ¿Contamos para cenar contigo el sábado? (Nivel de tono de voz: madre encantadora)

-……..

Y podríamos seguir así hasta el infinito, claro está. Madres, hay que quererlas.