Si mi vida fuera una película de Tarantino, probablemente dentro de poco estallaría, asesinaría a mi jefe de una manera sangrienta, y huiría a Méjico, donde acabaría muriendo de cirrosis. Pero como mi vida es una vida real, aguanto a mi jefe todas las mañanas, trago con lo que me dice (porque a el no se le puede replicar), y cuando deje el curro, lo haré sin haberle explicado lo cretino que es.
Al margen de todo, ¡hoy vuelvo a tener cita en la barbería!