lunes, 23 de julio de 2012

Se llamaba Jesús Sanz Sanz


Se llamaba Jesús Sanz Sanz, y yo ya lo admiraba incluso antes de darme cuenta. El día que lo conocí, la primera vez que lo vi sentado en mi clase, me sentí realmente intimidado y temeroso. Me acaba de dar cuenta de que por primera vez en mi vida había conocido a un tipo duro de verdad, y no a un malotillo de esos que forman cuadrillas en el colegio.

Jesús se sentaba al fondo de la clase, en la última mesa. Más atrás incluso que los chungos de clase, que no se atrevían a moverle de allí. Cejijunto, bajito, que repetía curso por 3 vez, y que estaba demasiado fornido para una persona de su edad, miraba distraído en las clases, como si nada de lo que allí se cociera fuera con él.  Solía llegar a clase los lunes con un ojo morado, un labio partido, o una ceja rota. Pero siempre que traía alguna herida en la cara, también llevaba las manos llenas de cortes y de rajas. “Lo de dar un golpe en la cara a alguien no es como en las películas, ¿sabes? Se te clavan los dientes y duelen una barbaridad”- me dijo una vez. Si no te fijabas bien, daba la impresión de ser un tipo retaco y algo gordito, pero una segunda inspección más detallada te hacía fijarte en esos brazos como cañerías, que tenían pinta de soltar puñetazos como torpedos. Había hablado con él alguna vez y ya me llevaba bien  cuando ocurrió aquello.

Sucedió una mañana de marzo, o tal vez de abril. Uno de los malotes de la clase se metía con una de sus habituales víctimas, un tipo bajito, gordito y tímido al que sólo parecía interesarle el baloncesto (tendríais que verlo ahora: alto, fuerte, y con 2 carreras, no os podéis imaginar lo mucho que cambió en cuanto dejaron de molestarle los chungos de mi colegio) cuando Jesús decidió terminar con aquello.

-Déjalo en paz de una vez, tío.

-¡Cállate! ¡Tú a mí no me das ordenes!- respondió el confiado abusón, que era mucho más alto.

Y entonces, como una fiera agazapada que lleva mucho tiempo acechando a su presa y estaba furiosa de tanto esperar, Jesús se levantó y le pegó un empujón que lo hizo retroceder varios metros, tirando sillas y mesas. Antes de que pudiera reaccionar, ya lo tenía agarrado del pecho con una mano y le obligaba a mirarle a los ojos encorvado, mientras la otra mano estaba más atrás, tensa como un resorte, esperando para lanzar un directo que habría tumbado a un elefante.

-¡¡MIRA PAYASO, A MÍ NO ME MANDA CALLAR NI MI MADRE!! ¿¿TE ENTERAS?? ¡¡CONMIGO QUITATE ESA ACTITUD DE CHULITO, QUE A LOS IMBÉCILES COMO TÚ ME LOS DESAYUNO TODOS LOS DÍAS DE 3 EN 3!!

El malotillo, herido en su orgullo delante de todo su público, hizo un vago ademán de defenderse de la humillación que acababa de sufrir, pero fue en vano.

-¡¡COMO TERMINES DE LEVANTARME LA MANO TE LA ARRANCO Y TE LA HAGO COMER, SUBNORMAL!!- Todavía le agarraba de la camiseta y le obligaba a retroceder, aterrado. 

En ese momento un amigo mío quiso interceder por el malotillo y terminar con lo que parecía que iba a ser la mayor humillación pública del chungo y su pandilla que, acojonados al fondo de la clase, no tenían huevos de ir a ayudar a su colega. Jesús, enajenado, le empujó con un movimiento seco de su brazo y salió despedido 3 o 4 metros más allá.

-¡¡DIME SI TE HA QUEDADO BIEN CLARO, O TE JURO POR DIOS QUE TE DOY UNA PALIZA AQUÍ MISMO!!- La derrota del malote ya era total, tanto que intentaba por todos los medios disculparse y que no se le terminaran de salir las lágrimas.

Unos minutos después, Jesús fue a disculparse con mi amigo, que se sujetaba la tripa.

-Oye tío, perdóname. De verdad que no quería hacerte daño, estaba rabioso, y te metiste en medio, y te empujé sin querer….

-¿Estás de broma?- dijo levantándose la camiseta y exhibiendo un moratón que ocupaba casi todo el abdomen. -¡Ha merecido la pena sólo por ver cómo le parabas los pies a ese orangután!

A partir de ese día, Jesús y yo nos llevamos mucho mejor. Yo hacía todo lo posible por integrarle en mi grupo de amigos del colegio, y no dejaba pasar la oportunidad de saludarle si le veía por la calle, y él hacía lo imposible por invitarme (a veces lo lograba) a un cubata. Y nunca paró de repetirme que si alguna vez le necesitaba para una pelea, que no dejara de avisarle.


Jesús Sanz Sanz se mató ese mismo verano en un accidente de tráfico, de la manera más estúpida que se me ocurre. Atrevido, osado, desafiante y bravucón, de todos los implicados era el único que no llevaba puesto el cinturón de seguridad, y fue el único que no lo contó.

La noticia me sentó como un mazazo, y al principio no me lo quería creer. Jesús, mi Goliat particular, el gigante de los brazos enormes, el titán indestructible, muerto. Y todo por no llevar el puto cinturón de los cojones. Hay días en los que aún me acuerdo de él, y aunque jamás le dije lo mucho que le apreciaba, estoy seguro de que él lo sabía. Nunca podré olvidarme de él, ni de las muchas historias que compartimos juntos, como aquel día que me robaron y él se pasó conmigo media tarde dando vueltas por la zona, buscando con los ojos llameantes a 3 tipos que me habían puesto una navaja en el cuello.

3 comentarios:

  1. Ya te digo... el muy idiota. Siempre presumía de que pasaba del cinturón, de que no tenía miedo de las multas. De esto han pasado ahora hace unos 8 años. Y hoy me acordé de él, y bueno, ya sabes como son estas cosas.

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  2. uy, ha pasado mucho tiemppo desde que quiero comentar este post. pero en mi lugar de trabajo estoy sin internet, y a veces llego a casa muy cansada. De todas maneras, casi he olvidado lo que quería decir, me recordó a algún capítulo de un libro, sería demian, por el tema ese de un bravucon cuidandolo.
    De todas maneras, así sucede en días de nostalgia donde las ausencias duelen.

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