viernes, 29 de enero de 2010

Hoy ha muerto el que para mí es el mejor escritor de todos los tiempos, y con él ha muerto un pedacito de mí.

Aún recuerdo la primera vez que leí “El guardián entre el centeno”. Nunca había leído nada que me identificara tanto, y las emociones que sentí a medida que nadaba entre tus líneas me parecieron tan especiales, que es el único libro en el que tengo páginas marcadas y frases subrayadas.

Podría escribir párrafos y párrafos sobre lo mucho que te admiraba y lo que significabas para mí, pero no lo haré. Él nunca quiso ni la fama ni la admiración.

La primera entrada de mi blog es una cita suya. Aunque no es la mejor, es el pequeño homenaje que me atreví a hacerle cuando empecé a escribir aquí.

Prometo visitar tu tumba, si es que se puede claro. Prometo odiar por ti a todos lo que se lucren con tu muerte.

viernes, 22 de enero de 2010

Si hay algo innegable en mi oficio es lo siguiente: no me pagan por matarme a trabajar, no. Me pagan por los insufribles madrugones diarios y por que mis jefes tienen el permiso oficial del estado para fastidiarme. Y claro, la gente que hace jornada laboral de nueve de la mañana a seis de la tarde con un parón para comer de dos horas, mas un rato a media mañana para desayunar, no comprende que yo esté cansado a las cuatro de la tarde. No lo pueden permitir; de hecho es una falta de respeto que yo me queje de agotamiento a las cuatro, mientras ellos aún tienen que trabajar hasta las seis. Ahora, si les intentas explicar que a las cuatro de la tarde tu ya llevas diez horas despierto y dejándote mangonear por cualquier pelele jerárquicamente superior a ti, mientras que ellos solo llevan cuatro horas trabajadas y el resto de descanso, no quieren ni escucharlo.

Por eso, hoy, un día normal a las cuatro de la tarde más o menos, salía del metro cabizbajo y ojeroso. Había tres tipos de aspecto sucio y sospechoso en la calle, y cuando vi que me los iba a cruzar, sabía de antemano lo que por fuerza tenía que suceder.

“Me miraron con ojos ladinos e intercambiaron unos susurros. Y después el más alto de ellos, gordo y de aspecto simiesco, se me acercó y me quitó las gafas.

-Dame la cartera, o me cargo tus lupas.- dijo él, muy chabacano.

Antes de poder darme cuenta de lo que hacía, ya había saltado sobre él con el odio mas sincero, gritando como un loco, y con los ojos bien abiertos y serenos. Caímos al suelo y rodamos ante la mirada expectante de sus dos amigos, que no se esperaban que fuese yo quien quedase encima. Mi mano izquierda sujetaba su cara contra el suelo mientras que mi puño derecho bajaba como un martillo. El crujido espantoso de su mandíbula al romperse hizo que un escalofrío me recorriera la espalda. Le había roto la mayoría de sus dientes, y aún intentaba no tragárselos cuando comencé a meterle los dedos por la garganta. Me molía las costillas a golpes mientras que yo seguía empujando hacia adentro. Cuando paró, asfixiado y sanguinolento, levanté la cabeza para mirar a sus dos amigos. Se habían esfumado, presas del pánico.”

Pasé ante ellos, tranquilo y despacito, mientras que se entretenían con sus bromas. No me hicieron mas caso que el que le hubieran hecho a un insecto, y yo proseguí mi camino hacia mi casa, preguntándome que habría de comer.

martes, 19 de enero de 2010

Si hay algo que no precisa efectos especiales deslumbrantes ni que se reescriba el guión para ser llevado al cine, eso es Sherlock Holmes. Con un poco de la buena mano de un director que lleve una de las novelas al pie de la letra a la gran pantalla, y tres actores sin pretensiones medianamente competentes y cuidadosamente elegidos, podríamos tener la película perfecta sobre el circunspecto detective.

Pues bien, cuándo me enteré de que se estaba rodando una película de Sherlock, uno de mis personajes preferidos, no albergué ninguna esperanza de que la película pudiera ni tan siquiera llegar a gustarme lo más mínimo. No me sorprendí, por tanto, al ver el trailer oficial del largometraje, y descubrir tres cosas que jamás tendrían cabida en ningún libro del mítico personaje: pillado desprevenido, desnudo, y encadenado vergonzosamente por una mujer, tremendas y ruidosas explosiones, y un combate de boxeo con espectadores.*

No he visto la película, y no creo que la vaya a ver, pero no os engañéis: ese no es ni será nunca Sherlock Holmes. No da la talla.




*Y seguro que toma opio.