Chistaco para empezar el post con salero |
Hace 65 millones de años, cuando los dinosaurios dominaban
la tierra y los jefes tenían la capacidad de felicitar a sus empleados por un
trabajo bien hecho, me atribuyeron la tarea de enseñar a los nuevos el ritmo de
trabajo en la empresa. Parece ser que pronto advirtieron mi excelsa capacidad docente.
Por lo visto, según me explicaron entonces, tengo mucha
paciencia y se me da bien explicar las cosas. ¡JA! Novatos, si ellos
supieran... porque lo que yo tengo, más que una habilidad es un súper poder
para educar a la gente. Joder, premio Nobel a la educación y enseñanza ya mismo,
o algo así.
Incluso una persona dotada con la inmensa capacidad
léxico-semántica de conocer todas las palabras incluidas en el diccionario de
la RAE se quedaría corta a la hora de describir lo prodigioso de mis dotes
docentes. Tal es su magnitud que incluso me dedico a trasmitir mis conocimientos
gratis a las personas cuya difícil situación no les permite alcanzar una
educación adecuada.
Os voy a poner un caso práctico de lo que digo: resulta que
yo llevo un porrón de años cogiendo el mismo metro a la misma hora para ir al
curro y es normal que después de un tiempo vayas reconociendo algunas caras.
Pues bien, muy a mi pesar una cara nueva apareció en mis viajes matutinos.
Era una caradura, concretamente. El rostro ansioso de una
mujer que irrumpió en mi rutina cuyo único objetivo en la vida era
aparentemente coger sitio para ir sentada todos los días. Tal era su dedicación
que al final el resto de los pasajeros tuvimos que fijarnos en ella debido a
sus malas maneras y a sus empujones.
Porque veréis, la susodicha señora no me dejaba salir en mi
parada y me empujaba para entrar la primera en cuanto se abrían las puertas del
vagón en detrimento del resto de los viajeros que intentaban acceder al tren (o
salir) y sentar su inquieto culo en uno de los escasos huecos libres que
quedaban con gran regodeo y satisfacción.
Estaba claro que a la señora no la habían enseñado nunca que
la correcta y educada pauta de convivencia civilizada en el subterráneo es 'dejar
salir antes de entrar'. Y claro, empezó a joderme el empujoncito diario de la
señora que había fichado que yo siempre viajo en el mismo sitio, en el mismo
vagón y me bajo en la misma parada en la que ella se sube. Tuve que actuar.
Un día cualquiera decidí que la señora no se sentaría aquel
día. Así que cuando se abrieron las puertas me abalancé contra ella y la empujé
descaradamente para apartarla de la puerta, y pude ver a través de los
ventanales su frustración cuando no consiguió un asiento. Y me sentí bien, por
lo que decidí hacer de la educación mi medio de vida.
Cada mañana yo buscaba con atención la puerta por la que la
señora intentaba acceder al vagón, y cada mañana, cuando ella trataba de entrar
por la fuerza, yo la empujaba un tanto rudamente hacia fuera alejándola de su
codiciado asiento hasta el punto de que los ojos de la señora y los míos se
cruzaban cada día nada más llegar a la estación.
Y de pronto un día me vi recompensado con la gloriosa satisfacción
de un trabajo bien hecho y el deber cumplido: porque un día, queridos amigos,
la señora decidió no intentar entrar hasta que yo no hubiera salido, evitando
todo contacto conmigo. Desde entonces permite que los pasajeros salgamos antes
de entrar como un torbellino y reclamar el trono que le pertenece por derecho
propio.
Y yo tan contento de haber contribuido a un mundo mejor,
claro.
¿Y vosotros? ¿Tenéis que lidiar con la mala educación de
algún viajero en el transporte público por las mañanas? ¿Sufrís el demencial
tráfico de las grandes urbes?