lunes, 26 de enero de 2015

Defina esa afirmación



¿Os acordáis de ese chaval con el que quizá compartisteis curso a los 15 años? Si hombre, ese que en septiembre se sentó en el fondo del aula, que en enero y tras una meticulosa reorganización de los asientos de la clase el profesor colocó en primera fila, y que en abril el tutor volvió a colocar en última fila porque ya había podido comprobar comprobar que la cercanía a la pizarra y el nivel de atención prestada no siempre es una relación directamente proporcional.

Creo que ya sabéis quien digo, no era el chico más popular de la clase pero no caía mal a nadie. Parecía un poco pringadillo pero los abusones le tenían cierto respeto por alguna razón que nadie sabía explicar. No prestaba ninguna atención a los profesores, suspendía 7 y luego en la recuperación de septiembre sacaba esas 7 asignaturas con notable y terminaba el año escolar con mejor nota media que tú, que no habías suspendido una en todo el curso.

 ¿Ya os habéis acordado de él? Bueno, pues entonces sabréis exactamente el tipo de alumno que fui yo en mi adolescencia. Y ahora me tenéis localizado puedo decir lo siguiente: a pesar de que nunca fui particularmente molesto en clase, por alguna razón los profesores me adoraban o me odiaban, no tenían término medio. Salvo en una ocasión: mi profesor de filosofía.

Aquello sí que era la imparcialidad hecha carne. Enemigo de nadie y únicamente amigo de sí mismo, acudía al aula con puntualidad, daba unas lecciones aburridísimas pero que destilaban cultura, conocimiento y sabiduría por los cuatro costados, y luego se marchaba mostrando la misma total falta de empatía con los alumnos que cuando entró por la puerta. 

Pongámonos en contexto: un intercambio de clases, justo antes de que Don Filosofía entrase por la puerta, y yo me encontraba vociferando mi archiconocido grito de guerra destinado a ese glorioso momento en el que estoy a punto de empezar a hacer el gamberro. En ese preciso instante se hizo en el aula un silencio sepulcral que solo podía significar una cosa: Don Filosofía se encontraba, en efecto, echándome el aliento en la nuca.

-Salga a la pizarra- me dijo mientras dejaba su maletín en la mesa con toda parsimonia y comenzaba a sacar sus apuntes que, recuerdo perfectamente, aquel día eran de Nietzsche.

Obedecí sin rechistar.

-Muy bien. Ahora defina ante la clase esa sentencia que dijo  cuando entré por la puerta, si es tan amable.- “Tan amable” en aquel momento se habría podido sustituir por “lo vas a hacer por mis cojones”, se le notaba en la mirada. 

-¿Pe… Perdone?- pregunté yo aterrorizado.

-Le he pedido que defina “A la horca todos los que no son yo”, si mal no recuerdo.- Y lo creáis o no, 12 años después de esto, no tengo ningún recuerdo de lo que dije o de lo que pasó a continuación. Lo he olvidado por completo.

Recuerdo muy bien la situación, lo humillado y lo imbécil que me sentí. Pero no recuerdo que dije ni como resolví aquello. Supongo que la clase se reiría un poco de mí, yo daría algunas explicaciones vanas, y después Don Filosofía me mandaría bien abochornado a mi asiento con la total certeza de tener que preocuparse por un alumno menos durante aquella clase. 

Y es que, queridos lectores, NADIE piensa en serio algo como “A la horca todos los que no son yo”. Y menos a los 15 años, cuando las hormonas las teníamos todas más agitadas que una botella de Coca Cola con Mentos, y cualquier persona en su sano juicio tenía bien claro a qué ejemplar del sexo opuesto se llevaría a una isla muy desierta. Durante una larga temporada. Sin interrupciones. Con una mochila bien llena de… bocadillos. Para sobrevivir, digo.




Más: Anteriormente en Lafabulosagallinadegoma, Una inteligencia superior



5 comentarios:

  1. Se ve que tu mente borró el desenlace, pero grabó la cagada para no repetirla :)

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  2. Un diagnóstico de lo más acertado, Doctora :)

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  3. Me he acordado de que tenía una profesora de ciencias que tenía la extraña de manía de preguntarte algo y después dejarte un buen rato en la pizarra, con cara de "hace tiempo que vengo al taller, y no sé a qué vengo" mientras ella tenía algún viaje mental, o esperaba que lo tuviéramos nosotros.

    A mí me sacó pocas veces, quizá porque me una de ellas me dijo
    - La fotosíntesis
    - La fotosíntesis... las plantas... clorofila... (rollo más o menos correcto)
    - ....
    - ....
    - ....
    - ¿Es eso, no?

    Se rió todo el mundo (empezando por ella) y creo que nunca me volvió a sacar.

    Se ve que de joven era yo más espabilada que ahora.

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  4. Un profesor de esos pasivo agresivo no levanta la voz pero te deja Kao.
    La verdad es q yo lo pasaba francamente ml al salir a la pizarra hasta cuando sabia la respuesta. Que horror

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  5. Loquemeahorro, ya querría yo que mis respuestas en la palestra hubieran sido siempre tan lúcidas... XD Normalente ponía cara de haba y me quedaba pasmado esperando a que pasara el chaparrón.

    ¡Qué mala suerte Celia! saberte la respuesta y ponerte nerviosa debe ser horrible :S

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