Una de las cosas que más me gustan de salir de noche es ese momento triunfal en que ves aparecer el bus, ya cansado y de regreso a casa. Siempre me lo imagino calentito y con un hueco para sentarme, ni muy lleno ni muy vacío. Y siempre hago el viaje de vuelta medio adormiladito, intentando no caer dormido del todo para no pasarme de parada.
Y así me encontraba el sábado, mirando la noche madrileña por la ventana del autobús nocturno y anhelando la suavidad de las sábanas que me esperaban en casa, cuando se subieron unos adolescentes que desde lejos se los veía metidos en lo más profundo de la edad del pavo.
Por eso, cuando llevaban más de 5 minutos gritando, berreando y cantando, no tuve más remedio que agarrar por el cuello al que parecía el cabecilla de todos ellos, y golpearle una patada en la boca que le hizo tragarse varios de sus dientes. Los demás, espantados, se bajaron corriendo en la siguiente parada abandonando a su compañero de fatigas a la tortura que sin ninguna duda me disponía a aplicarle muy lentamente.
Aguanté estoicamente, fulminándoles con la mirada el resto del camino hasta que se bajaron. “Ojalá el conductor pegue un frenazo y uno de ellos se rompa el cuello en el accidente”, pensaba yo mientras tanto para desahogarme.
Mientras se bajaban del autobús, yo estaba reflexionando que hacía mucho tiempo que no veía una muestra tan evidente de mala educación, cuándo uno de ellos se atrevió a hablarme:
-Ya nos bajamos, perdona por haberte ido molestando todo el camino.
-Ohhh, qué considerado por tu parte -dije yo irónicamente.
-Sí, ¿verdad? -me contestó jugándose la vida mientras se cerraban las puertas.
Juro que si en aquel momento le llego a tener a mano, ese imbécil no vuelve a hablar en un par de meses.
Supongo que en esos casos lo mejor es enajenarse. Mirar por la ventana, inventar otra historia, escribir un cuento que olvidarás al bajarte y pensarás que iba muy lindo, lástima que no lo anotaste, que se yo.
ResponderEliminarSeñal de que nos estamos volviendo viejos: nos molesta el barullo de los jóvenes en el autobus.
Interesante, real, viajado y hasta cotidiano. ¿Cuándo no ha faltado ese sentimiento caracterizado por el desdén hacia las risotadas y el alborozo que se nos hace incómodo? Aquí en Perú es eso más los autobuses que circulan repletos, la gente te grita "¡permiso!" luego de empujarte y el encargado continúa profiriendo: "¡Al fondo entran cinco!". Buen relato.
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