sábado, 23 de mayo de 2009

Eran las 12:30 de esta mañana y yo sin saber que hacer. No debe haber nada mas horrible que sentir que estas perdiendo el tiempo un sabado, y por eso, y sin que sirva de precedente, decidí salir a dar un paseo, sin rumbo fijo. Y he aqui que mis pasos me llevaron hacia el metro de "Empalme". Había estado lloviendo la noche anterior, y como consecuencia las calles estaban llenas de charcos. Por eso mismo una persona normal tendría que caminar con cuidado para no mojarse, sin embargo, a mi no me importaba. Ahí me teneis, 22 años y pisando charcos como un niño cualquiera para divertirse. Pero no los pisaba por puro afán de diversion: no. Apesar de que cualquiera que lea esto me tiznará de loco, lo confieso: A veces ando mirando los adoquines y procurando no pisar ninguna linea. Y si no pisar ninguna linea significa meter el pié de lleno en un charco, no es mi culpa. las reglas son las reglas.

Caminaba, como decía, por las cercanías de "Empalme" cuando un niñato de unos 17 años que montaba un patinete me obligó a esquivarlo y a pisar las lineas de los adoquines. El niñato no sabía lo que acababa de hacer. Con el ceño fruncido y una actitud completamente despreocupada saqué mi pistola (no una de esas enormes de las películas americanas, sino una pequeña pistola con silenciador, al estilo de los sicarios como "León") y le disparé 4 tiros casi insonoros en la espalda. El niñato en cuestión cayó muerto inmediatamente, y yo me limité a observar como la sangre roja, muy roja, manaba de sus 4 pequeños agujeros. Le lancé la peor mirada de odio que pude, y proseguí con mi camino, esta vez ignorando las lineas de los adoquines. Tan solo deseaba que el niñato tropezara con un bordillo y perdiera todos sus dientes.

jueves, 12 de marzo de 2009

El 7 de mayo de 1937 la ciudad de Nueva York presenció la más sensacional caza de un hombre jamás conocida en esta metrópoli. Al cabo de muchas semanas de persecución, "Dos Pistolas" Crowley -el asesino, el pistolero que no bebía ni fumaba- se vio sorprendido, atrapado en el departamento de su novia, en la Avenida West End.
Ciento cincuenta agentes de policía y pesquisas pusieron sitio a su escondite del último piso. Agujereando el techo, trataron de obligar a Crowley, el "matador de vigilantes", a que saliera de allí, por efectos del gas lacrimógeno. Luego montaron ametralladoras en los edificios vecinos, y durante más de una hora aquel barrio, uno de los más lujosos de Nueva York, reverberó con el estampido de los tiros de pistola y el tableteo de las ametralladoras. Crowley, agazapado tras un sillón bien acolchado, disparaba incesantemente contra la policía. Diez mil curiosos presenciaron la batalla. Nada parecido se había visto jamás en las aceras de Nueva York.
Cuando Crowley fue finalmente capturado, el jefe de Policía Mulrooney declaró que el famoso delincuente era uno de los criminales más peligrosos de la historia de Nueva York. "Es capaz de matar -dijo- por cualquier motivo."
Pero, ¿qué pensaba "Dos Pistolas" Crowley de sí mismo? Lo sabemos, porque mientras la policía hacía fuego graneado contra su departamento, escribió una carta di­rigida: "A quien corresponda". Y al escribir, la sangre que manaba de sus heridas dejó un rastro escarlata en el papel. En esa carta expresó Crowley: "Tengo bajo la ropa un corazón fatigado, un corazón bueno: un corazón que a nadie haría daño".
Poco tiempo antes Crowley había estado dedicado a abrazar a una mujer en su automóvil, en un camino de campo, en Long Island. De pronto un agente de policía se acercó al coche y dijo: "Quiero ver su licencia".
Sin pronunciar palabra, Crowley sacó su pistola y acalló para siempre al vigilante con una lluvia de plomo. Cuando el agente cayó, Crowley saltó del automóvil, empuñó el revólver de la víctima y disparó otra bala en el cuerpo tendido. Y este es el asesino que dijo: "Tengo bajo la ropa un corazón fatigado, un corazón bueno: un corazón que a nadie haría daño".

Crowley fue condenado a la silla eléctrica. Cuando llegó a la cámara fatal en Sing Sing no declaró, por cierto: "Esto es lo que me pasa por asesino". No. Dijo: "Esto es lo que me pasa por defenderme".
La moraleja de este relato es: "Dos Pistolas" Crowley no se echaba la culpa de nada.
¿Es esta una actitud extraordinaria entre criminales? Si así le parece, escuche lo siguiente:
"He pasado los mejores años de la vida dando a los demás placeres ligeros, ayudándoles a pasar buenos ratos, y todo lo que recibo son insultos, la existencia de un hombre perseguido."
Quien así habla es Al Capone. Sí, el mismo que fue Enemigo Público Número Uno, el más siniestro de los jefes de bandas criminales de Chicago. Capone no se culpa de nada. Se considera, en cambio, un benefactor público: un benefactor público incomprendido a quien nadie apreció.
Y lo mismo pensaba Dutch Schultz antes de morir por las balas de otros pistoleros en Newark. Dutch Schultz, uno de los más famosos criminales de Nueva York, aseguró en una entrevista para un diario que él era un benefactor público. Y lo creía.

(Dale Carnegie)

Sigo encontrando los relatos sobre asesinos francamente interesantes.

domingo, 18 de enero de 2009

Los lugares que no he visitado es mentira que existan.
Los semáforos en rojo son para la masa, no para mí.
La gente de la calle son extras de mi película.
Sólo dicen chorradas, los pobres no rigen ¿qué van a decir?

Y es que el mundo no es como es, el mundo es como yo digo que es.
El mundo no es como es, el mundo es como yo digo que es.
A la mierda todos los que no son yo.
A la mierda todos los que no son yo.
A la mierda todos los que no son yo.
Y yo no quiero saber nada de nada de nada de nadie. No, no, no.
Yo no quiero saber nada de nada de nada de nadie.
¡Enfermera, me he vuelto a cagar encima!

Los errores de la gente merecen pena de muerte.
Yo no cometo ninguno, si acaso algún desliz.
Tu sobaco ruge, el mío sólo transpira.
Tus pedos son armas químicas, los míos parfum pour homme.

Y es que el mundo no es como es, el mundo es como yo digo que es.
El mundo no es como es, el mundo es como yo digo que es.
A la mierda todos los que no son yo.
A la mierda todos los que no son yo.
A la mierda todos los que no son yo.
Y yo no quiero saber nada de nada de nada de nadie. No, no, no.
Yo no quiero saber nada de nada de nada de nadie.
¡Enfermera, me he vuelto a cagar encima!

Y todo aquel que no haya nacido en mi pueblo
está de sobra, así que ¡fuera! ¡largo de aquí!
Y no digamos de aquellos que piensen distinto:
el fin justifica los medios, siempre que sea mi fin.

Y es que el mundo no es como es, el mundo es como yo digo que es.
El mundo no es como es, el mundo es como yo digo que es.
A la horca todos los que no son yo.
A la horca todos los que no son yo.
A la horca todos los que no son yo.
Y yo no quiero saber nada de nada de nada de nadie. No, no, no.
Yo no quiero saber nada de nada de nada de nadie.
¡Enfermera, me he vuelto a jiñar encima!

Creo que ya estaba siendo el momento preciso para explicar de dónde viene el nombre de mi blog. Tampoco es que lo lea nadie, asique a nadie le importa, pero asi actualizo. Un consejo: Comer lays a la vinagreta. Egoismo las define perfectamente como "míticas"

lunes, 22 de diciembre de 2008

Antes solía pasar horas sentado en un Burguer o un McDonalds (no tengo manias raras a la hora de elegir uno u otro) comiendo patatas fritas y Bebiendo cerveza mientras leía compulsivamente. No se porqué, pero en estos sitios la cerveza suele ser San Miguel, y es de las que menos me gustan. Aun así era un plan que me gustaba reptir de vez en cuando.

Ahora solo quiero estar con mi gato. No hay mejor plan.

domingo, 7 de diciembre de 2008

-Porque ésta es mi más preciada posesión-pensó-. Y renuncio a ella, la entrego al mar, y no pido nada mas que saber cómo puedo salvar la vida del monje. Porque si no hago nada, él soñará con una caja, después con una llave que abre una caja, y entonces morirá.

Y así empujó con el hocico la pálida estatua de jade más allá del borde del precipicio, delicadamente, y contempló como caía cientos de mteros y desaparecía en el mar tumultuoso. Entonces suspiró, porque la pequeña estatua del dragón había traido serenidad y paz a su cubil.

N. Gaiman. Los cazadores de sueños.