martes, 15 de abril de 2014

Alucinaciones paranoides (7)



Me encanta cenar un par de huevos fritos con patatas. La sola imagen de una patata frita rompiendo la yema naranja y empapándose del néctar de los Dioses que de ella sale me produce una salivación extrema, algo así como un Bull Dog. Bueno, no tanto, pero ya me entendéis.

Total que ahí estaba yo, friéndome el segundo huevo y controlando las patatas cuando oigo un zumbido en el comedor. “Ya me están llamando”- pienso muy acertadamente. Pero me da igual. Estoy cocinando, y me da igual quien me llame. No puede ser tan urgente como para dejar la cena a medio hacer.

Preparado el mantel, el vaso de vino tinto reglamentario, los huevos fritos, las patatas doradas y crujientes y un chusco de pan que descansa sobre una servilleta de papel, me dispongo a cenar. Y en ese mismo instante, otra vez el zumbido. Sé que me están llamado, porque siempre tengo el teléfono en silencio, y el ruido que produce la vibración de una llamada es diferente al de un mensaje. Y lo cojo, por si acaso.

Y es mi jefe. A las 9 de la noche. ¿Y sabéis ese día libre que yo me había cogido al día siguiente? Bueno, pues se ha transformado en un emocionante viaje como chófer de autobús a Córdoba, con madrugón a las 5 de la mañana. Y todo lo que se me pasa por la cabeza es –“Ya me han amargado los huevos, estos hijoputas”.

Por eso, cuando a las 5 menos cuarto de la madrugada yo tenía que estar esperando a los pasajeros, en realidad estaba rompiendo con un bate de béisbol los espejos retrovisores de mi autobús. Como un puto vándalo enfurecido. -¿Jefe? Si mire, no puedo empezar el viaje. Resulta que me han roto los espejos. Si. Menuda tragedia


O al menos eso es lo que deseaba haber hecho con todas mis fuerzas mientras conducía el bus por la A-4, camino hacia el sur. Como me gustaría -pienso entonces- no tener nada que perder. Se iban a cagar. 

2 comentarios:

Cada vez que te marchas sin dejar un comentario Dios mata un gatito. Piensa en ello.