jueves, 24 de marzo de 2011


Yo quería escribir un post sobre lo poco que me gusta que la gente intente ayudarme cuándo obviamente no lo necesito. Tenía ganas de desahogarme y escribir con rabia que no necesito el consejo de nadie, de gritar a los cuatro vientos que mi vida está en orden y que no voy a escucha a quién crea lo contrario. Y lo he hecho, solo que he decidido no publicarlo, ya que soy consciente de que nadie que lea mi blog tiene el más mínimo interés real en mis problemas. Bastante deben tener con los suyos propios como para tener que leer los de los demás, creo yo.

Por eso, y sin entretenerme con más rollos, os dejo con una bonita canción de la que me he acordado gracias a So.com.

http://www.youtube.com/watch?v=DOQ3R3MNcv8

miércoles, 9 de marzo de 2011


Una de las cosas que más me gustan de salir de noche es ese momento triunfal en que ves aparecer el bus, ya cansado y de regreso a casa. Siempre me lo imagino calentito y con un hueco para sentarme, ni muy lleno ni muy vacío. Y siempre hago el viaje de vuelta medio adormiladito, intentando no caer dormido del todo para no pasarme de parada.

Y así me encontraba el sábado, mirando la noche madrileña por la ventana del autobús nocturno y anhelando la suavidad de las sábanas que me esperaban en casa, cuando se subieron unos adolescentes que desde lejos se los veía metidos en lo más profundo de la edad del pavo.

Por eso, cuando llevaban más de 5 minutos gritando, berreando y cantando, no tuve más remedio que agarrar por el cuello al que parecía el cabecilla de todos ellos, y golpearle una patada en la boca que le hizo tragarse varios de sus dientes. Los demás, espantados, se bajaron corriendo en la siguiente parada abandonando a su compañero de fatigas a la tortura que sin ninguna duda me disponía a aplicarle muy lentamente.

Aguanté estoicamente, fulminándoles con la mirada el resto del camino hasta que se bajaron. “Ojalá el conductor pegue un frenazo y uno de ellos se rompa el cuello en el accidente”, pensaba yo mientras tanto para desahogarme.

Mientras se bajaban del autobús, yo estaba reflexionando que hacía mucho tiempo que no veía una muestra tan evidente de mala educación, cuándo uno de ellos se atrevió a hablarme:

-Ya nos bajamos, perdona por haberte ido molestando todo el camino.

-Ohhh, qué considerado por tu parte -dije yo irónicamente.

-Sí, ¿verdad? -me contestó jugándose la vida mientras se cerraban las puertas.

Juro que si en aquel momento le llego a tener a mano, ese imbécil no vuelve a hablar en un par de meses.